sábado, 8 de abril de 2006

El brillo de tus anillos

EL BRILLO DE TUS ANILLOS

Por fin, luego de algún tiempo (dos años), regresé a vivir a la ciudad de Toluca. Te traje tus anillos, los que te regalé para que sintieras que estaba dispuesto hacer cosas a las que temía. ¿De quién son? ¿A quién corresponde la pertenencia? No hay dudas. Todavía conservan tus huellas digitales. Los traje porque son tuyos, para devolvértelos.
Si, y es que pensé que porque tu me los fuiste a dejar, ellos se quedaron sin dueño. Una triste historia para algo que desprende un encanto sobrecogedor, que causa admiración. No hacia ti o hacia mi, a ellos , por sí solos.
Me daban miedo al principio, lo confieso, al verlos abandonados en una caja con otros muchos símbolos y recuerdos, por eso, los relegué allí, un tiempo. Cada vez que realizaba un recorrido por el rincón de los recuerdos, los veía. Ellos me observaban, como tu, diciéndome con su brillo y conservando en los reflejos de luz, tu mirada. No, no son mi pasado, son mi presente.
Ayer tuve que hacer la maleta para regresar a esta ciudad en la que me enamoré de ti, y los vi, justo allí, como pidiéndome atención. Me observaron, no es pasado, es presente, pensé para mis adentros.
Les dije que no dejaría que se quedaran solos y, pobrecillos, lloraron. Conociéndome, pensaban que también a ellos iba a abandonarlos, que lo haría, que los devolvería a su caja del pasado. Pero no, no son mi pasado.
En un instante, los tomé y con algo de vergüenza los miré a los ojos. Su cajita transparente de protección estaba sellada. La destrabé. Volvieron a mirarme, ahora sin nada entre nosotros, como tu lo hiciste tantas veces cuando aún me querías, y aunque no te guste, lloré. Da tristeza tanto amor no correspondido. Lo digo por mi culpa. Luego, sin ganas, sin fuerzas, caí. Un buen golpe, creo que me desmayé, perdí el conocimiento unos momentos. No supe que hacer. Sin pensamientos. Nada.
Algo hizo que cerrara su pequeño estuche de frescura, en el que aún conservan tu dolor y los guardé por fin, esta vez entre mis cosas de viaje. El viaje a tu ciudad.
Y todo fue demasiado lento. Primero fueron mis propósitos, aunque es mucho pedirte que me creas, quise liberarlos del dolor, y a ti, mi más hermosa melodía de todos los tiempos.
Dije, bueno, si son de ella porque en algún momento se los regalé, y los tengo yo, es normal que estén llorando. Luego pensé, si se los doy, va a decir que no los quiere, como no me quiere a mi. Y está bien, pero ¿Qué culpa tienen los anillos? Otra vez me preocupó la situación y es que ¿no son de nadie?
Fue entonces que escuché que hablaban. ¡Si! ¡Hablaban! Con tono franco, con ternura, ya sin lágrimas, pretendían comprendernos y perdonarnos. No tenían rencor en sus palabras. Decían: - No somos ella y no somos tuyos, pero nosotros si los amamos a ambos, es todo lo que queremos.
Luego, y entendiendo el temblor en mi voz, y ya en mis manos, me pidieron que los atendiéramos, bueno, a mi, pero con tono cordial me reclamaron que hiciera un esfuerzo y hablara al respecto contigo. Ellos alegaron que se sentían mal queridos. Nos culpan de nunca haberlos amado.
“Está bien, dijeron, ya no somos su compromiso, podemos ser su amistad, o como quieran llamarnos, un antifaz, un espejo, en fin, “para no estar en mal plan”, dijeron. Al finalizar me sugirieron que les diéramos otra función, nada de compromisos ni complejos, ni fábulas, tal vez algo así como en el rol de “ buenos deseos”.
Pues si, dije yo, por mi parte no hay problema, se lo comento a ella y ya platicaremos.

“Gracias por haberme dado tanto amor, cariño y respeto”
Te amo y siempre te amaré. Gus.