domingo, 11 de diciembre de 2005

NO LO SUEÑES

NI LO SUEÑES

Bernardo, Nadia y su pequeño bebé lo acompañaron al puerto de Mahón. El ferry “Sevilla” lo llevaría hacia Barcelona. En la isla había estado ocho meses y sólo había compartido con ellos los primeros días de su estancia. Ahora se escapaba, nuevamente a la península, sin equipaje casi, pero con 3000 U$S más. Se despidieron de un fuerte abrazo. Ellos le habían tratado muy bien, se desearon lo mejor y quedaron de llamarse en poco tiempo y no perder el contacto.
Se embarcó, subió a cubierta y desde allí les dio un último saludo a sus amigos que agitaban sus manos y que finalmente no se irían hasta que el barco tomó suficiente velocidad y se alejó.
Era extraño todo aquello, las despedidas, los embarques, los cambios de aire. Él iba rápido sin saber hacia que parte.
La bahía más larga que había llegado a ver, varios kilómetros de márgenes con casitas blancas hermosas de las que surgían pequeños muelles en los que tenían botes y veleros de buen tamaño.
Al alejarse de la isla el oleaje se hizo grave y sufrió mareos. Fue derecho a su lugar y se durmió como pudo.

Al llegar a Barcelona Clara lo estaba esperando.
- ¡¡¡Bienvenido a casa!!! Llegaste al lugar más bonito del planeta -
- Ja, Ja ,Ja…¡qué gusto de verte! ¿Lo dices en serio?
- ¡Por supuesto! -
- Bueno, está por verse – caminaban rumbo al auto – Pero si, me han hablado bien de esta ciudad -
- ¿Y qué te dijeron? –
- Que las catalanas…-
- ¿Qué? -
- Que son muy apasionadas, ja, ja, ja
- Te va a gustar, vas a ver.
Por fin subieron al auto, ella lo encendió con cuidado y de la misma forma condujo de camino a su casa. Él traía poco equipaje pero mucho de que hablar por lo que el camino se les hizo entretenido. Llegaron y le volvieron a dar la misma habitación. Era muy tarde. Durmió.


***


Al otro día por la mañana se alquiló una habitación cerca del Arco del Triunfo de la ciudad de Barcelona. Lo básico, una cama, un armario y una mesa de luz con su lámpara, para leer por la noche. Con eso era suficiente, por el momento. Algunos buenos libros y un poco de dinero bastaban para que se sintiese seguro. Caminó por una avenida que le llevó desde allí hasta la plaza Cataluña, anduvo más de diez calles. Luego entró a una tienda y le gustó una camisa. La compró.
Clara ya no cargaba con Pedro a sus espaldas. En ese mes ya no se verían y si no estaban conformes con la decisión, a último momento volverían. Antonio recibía sus llamadas telefónicas diariamente. Era agradable para él saber que en una ciudad en donde no tenía amigos, alguien estuviera pendiente de su proceso de adaptación.
A pocas cuadras de su casa estaba el zoológico de la ciudad, famoso mundialmente por sus exóticos animales. Decidieron dar un paseo por ahí juntos.
Se encontraron en la puerta. El otoño español daba sus primeros pasos.
- ¿Vamos a ver el gorila blanco?–
- Si, le tomaremos unas fotos –
El gorila tenía tres hembras en su jaula y no parecía darles importancia. Estaba atento a los flashes de las cámaras, posaba, era una estrella. Las compañeras, aburridas, lo miraban con desprecio desde el fondo de su harem.
- Caminemos por el parque –
- Está bien – dijo ella. - ¿Qué te parece lo del trabajo con mi padre?
- Que está fantástico. Mañana voy a hablar con él para solucionar lo de los papeles, comienzo cuando quiera –
- Muy bien, y...esta noche, ¿Qué vas a hacer? – preguntó Clara con aquella mirada tan suya, su sonrisa suave y amables ojos parecían decir “sígueme el juego”.
- No tengo nada planeado ¿Por qué? –
- ¿Qué te parece si te llevo a conocer las tascas que hay por aquí? Conozco algunos lugares sensacionales que te van a encantar y así vas sabiendo moverte en la noche catalana -
- Y si, vamos, ¿porqué no? -
- Ok. Te paso a buscar a las ocho.
- Hecho -
Ambos se fueron a sus casas. Ambrosio se dio una buena ducha de agua caliente y se tiró en la cama a leer un rato. Kafka, leyó un cuento tras otro, uno muy corto que trataba sobre la relación entre un jinete y su caballo le fascinó. Durmió un par de horas. Luego sonó en despertador. Era la hora del encuentro, se afeitó en la ducha rápidamente y salió. Todo en su vida era un estreno, la ciudad, el trabajo que vendría, la amistad con Clara y ahora se había puesto su camisa nueva. Saldría a descubrir esa noche catalana de la que tanto le hablaban. Sonó una bocina y se asomó por la ventana que daba hacia la avenida. Le había prometido llevarle tras las maravillas de una ciudad con mucha vida nocturna.
- Lo primero, es el Bar “Alma Gitana”, ahí sirven unas sabrosas tapitas y otras comidas muy ricas, y el ambiente es divertido –
- Estoy contigo, siempre es mejor comer algo antes de estas recorridas.
Llegaron al lugar. Estaba completamente lleno. Todo era pequeñísimo, las mesa y las sillas, el salón, hasta las famosas “tapitas”, en fin, se acomodaron apretados. Al fondo sonaba una guitarra flamenca tocada en vivo por una joven tremendamente emocionada. El clericot, ese si muy bien servido, estaba buenísimo. Tomaron una jarra comieron. Luego volvieron sobre el clericot, mientras la guitarra pasaba de una mesa a la otra, siempre cayendo en buenas manos. Ellos conversaban.
- ¿Te gusta? –
- Si, ¡qué bueno está el clericot! ¿pedimos otro? –
- ¡Qué si te gusta el bar, no el clericot! -
- A bueno,...está bien, está bien. Bueno en realidad esperaba algo mejor.
- Tengo en agenda tres lugares más, ¿vamos? –
- ¡Vamos! –
Fueron saliendo a tropezones con el grupo de personas que estaban en el suelo sobre cojines. Apenas pudieron dejarles paso pero finalmente lo lograron.
De ese lugar se fueron al “Calígula-Bar” y allí si se podía respirar. La música suave les permitió hablar tranquilos. Se habían sentado en un compartimiento parecido al de un tren. Ahora bebieron gin con tonic los dos. Rieron mucho, Antonio se lució con sus cuentos sobre las peripecias en la isla y algunas anécdotas de su ciudad natal, de sus borracheras cuando ya no aguantaba más. Ella se largó a contarle sobre lo de Pedro, “proyectos de felicidad empaquetado al vacío”, le comentó. Resultó que sobre estos Clara no quería saber nada, por lo que con delicadeza les ponía trabas. Decía que eran arreglos entre familias, entre sus madres, que todo lo planeaban al salir de misa.
- Es muy bueno pero no es mi estilo -
- ¿Y cuál es? –
- Pues alguien más divertido. –
- Buena idea -
- Entre copa y copa fueron riéndose más y más. Era reconfortante, todo ese tiempo en la isla con el corazón pisoteado. Ella le daba aire, su risa contagiosa, su deseo de saber más sobre su “primito querido”, frase que a sus oídos comenzó a sonarle agradable. Iba componiéndose del duro verano pasado. Su mirada, aquella mano que le llevaba por la noche catalana, ¡cómo la disfrutaba! Le daba oxígeno a su vida.
- A la que vamos ahora es la “Tasca del Embrujo”, te traigo a probar un trago, se llama “conjuro amoroso”. Ya no podrás escapar. –
- ¿Y si no lo tomo? – preguntó bromeando.
- Si no lo tomas te sacan los de seguridad...y yo les voy a ayudar.
- Bueno, bueno..., me voy a sacrificar –
Pasaron un rato allí, entre risas y abrazos, luego bailaron un poco. Por fin decidieron salir y se lanzaron a las calles, alegres y mareados. Se abrazaron y caminaron. Bromas…, chistes…, juegos de manos…, muy dulces, muy frescos, eran como frutos en su punto.
- Los uruguayos no tienen miedo de nada -
- Eso me halaga, pero no creas todo lo que se diga -
- No te olvides que mi padre es uruguayo –
- ¿Y?..., el mío también y está en cama, abrigadito –
- Ja, ja, ja, - reía con placer.
Después de andar un rato, tan juntos, tan abrazados, comenzaron a sentir que eran buenos compañeros, buenos amigos, entonces sus miradas se cruzaron y se comieron a besos. Largos y sabrosos besos. Luego la miró a los ojos y le dijo:
- Creo que es hora de irte -
- ¡Ni lo sueñes! ¿Ahora?…, que estoy en lo mejor -
Enseguida lo besó mordiéndole suavemente el labio inferior y colocó los brazos alrededor de su cuello.

viernes, 9 de diciembre de 2005

CARTA A MAMÁ

CARTA A MAMÁ

El otro día me acordé de algo que me dejó pensativo. ¿Llegaste a vender las esclavas de oro que te regalaron en el casamiento? Se que te lo pedí, te lo digo avergonzado. Me acuerdo también que te exigí que me mostraras otras joyas y tú lo hiciste. Ya pasaron más de quince años, no recuerdo bien. Yo estaba tan fatigado, tenía ganas de escapar de aquella vida. Los dos sabemos que irme a España no solucionó nada, pero la experiencia me sirvió y siempre te lo voy a agradecer. Por suerte, después de tanto tiempo hoy no escapo de mi vida, la disfruto. Por eso, más allá de si vendiste o no las joyas, te escribo por admiración. A veces me da vértigo mirar hacia atrás, me sorprendo con recuerdos perdidos de cosas que me producen miedo, pero no tu no te asustes, es sólo miedo al ridículo, nada más. No tengo dudas que tú ya me has perdonado todo e incluso estarás pensando: “¿Pasó eso? Ni me acuerdo”. Pero yo sí.
Mi carácter, aunque pienses que para mí es fácil dejar todo atrás, a veces no me permite perdonarme. Capaz que tú ni cuenta te das y más ahora que estamos tan lejos. Me acuerdo cada instante de aquella época en que me decías: “lo que sea bueno para ti, aunque no lo entienda, yo te voy a ayudar a conseguirlo”. Ahí supe que nada podría impedir mi viaje, porque si algo reconozco, es que en tu vida, nada se te escapó, bueno, solamente yo. Siempre te recuerdo con esa sonrisa tan particular y contagiosa. Por supuesto que me conseguiste el crédito para el pasaje y la extensión de la tarjeta de crédito de papá, que hacía un mes que no me hablaba y que, bien sabes nunca usé, como te lo prometí.
En fin, es sólo curiosidad y vergüenza. ¿Vendiste aquellas esclavas de oro?
Te amo, Gustavo.

jueves, 8 de diciembre de 2005

PÁNICO

Hay un mundo de gente aquí,
Gente riendo,
Gente queriendo gustarse entre sí.
Yo traigo en mi mente
Una canción que escuché temprano,
Es lo único que me quita el pánico.

De la multitud surgiste tú
Con esa sonrisa de Van Gogh,
Con esos ojos Almodovarianos,
Con ese espíritu de algodón,
Y me dices...
- Hola ¿Vamos? -

Y yo intento parecer inconmovible
Mientras mi pecho se contorsiona
Te contesto...
- ! Claro ¡Vamos! -
Sólo que luego pienso que debería haberte
Dicho algo que sonara más interesante.

- No tengas vergüenza... - me dices tomándome de la mano
- Eh... sí. Eh... no. - digo yo y pienso...
"Dios mío, no sé que hacer, la quiero"
Apoyas tu hermosa mejilla junto a la mía
Y recién ahí mi miedo desaparece
Hasta dejarme tranquilo por completo.

LAVAPLATOS

El problema comenzaba a destaparse cuando se quedaba solo. Todavía le quedaban casi dos meses más en su trabajo de esclavo. La idea era dura de soportar. La presión de no poder disfrutar nada, de estar siempre agotado, de las horas pasando sin ningún contenido. Platos, platos, platos…
Esa noche salió alrededor de las dos de la mañana del trabajo. Fue a su pieza, se cambió de ropa y luego se dirigió al bar de Anais. Adentro estaba Juancito sentado en una mesa.
- Dame licor de Whisky con dos hielos – dijo al camarero – y aparte una cerveza -
- Eso es una bomba – dijo Juan.
- Es exactamente lo que estoy buscando Juan, que me explote la cabeza -
En la televisión estaban pasando un partido de fútbol. Era un campeonato sudamericano sub-20, Argentina-Chile.
- Súbele el volumen, Ana - Pidió acomodando la silla hacia el monitor.
Luego echó la cerveza dentro del vaso de licor y comenzó a beber y ver el partido.
Se había tomado cuatro o cinco copas cuando Juancito le dijo:
- ¿Vamos?, son casi las cuatro y en unas horas tengo que ir a trabajar-
- No, yo entro a las doce. Ve tú -
Juan insistió con lo mismo para sacarlo de allí. Creía que estaba bebiendo demasiado.
- Vamos hombre, estás tomando como una bestia -
- Aquí me quedo -
Juan salió con el paso entrecortado.
- ¡Anais!, otra igual -
Anais era leal a la causa del incomprendido y a su bolsillo.
¿Porqué no podía sacarse de la cabeza a Clara?, si apenas la conocía.
¿Qué le estaba pasando con ella? Recordaba una y otra vez el día que, con su padre, fue a buscarlo al aeropuerto… y como lo trató al día siguiente. Habían ido a caminar por Barcelona todo el día, habían hablado de sus gustos comunes por la fotografía e incluso habían estado viendo cámaras en una casa especializada para preguntar precios porque él quería comprarse una. No podía olvidar lo hermosa que estaba aquella mañana en que le preparó el desayuno. Le pidió que se quedara algunos días y él no había querido aceptar para no molestar, al fin que ni los conocía, además le esperaban en Menorca. Cuando se despidió había percibido el deseo sincero de ella para que permaneciera allí, y ahora, en Menorca con su exnovio, paseaban el aburrimiento.
- Ahora si, dame la última -
- Se dice la penúltima.- le contestó Anais.
- La que sea -
Después se fue tambaleando, salió por la calle oscura, tomó por el caminito del hotel y entró a su sucio sótano. A duras penas se zambulló en la catrera y durmió profundamente.
Clara y Pedro fueron al restaurante a despedirse al otro día. Él se había sentido acompañado por gente amiga. Volvería a su soledad.
- Vinimos a despedirnos - dijo Clara.
- Me encantó que vinieran por aquí, espero volver a verlos -
- Gracias - murmuró entre dientes Pedro.
- Te tengo una noticia - dijo ella - me enteré por la radio que va a haber una amnistía para los extranjeros que trabajen en España, voy a averiguar más y te hablo, ¿qué te parece? -
- Si, lo supe, es necesario un contrato y no se cuantas cosas más, voy a ver…-
- No te preocupes, yo te llamo -
- Ok. Buen viaje, ve con cuidado en la moto - le dijo a Pedro.
Luego se fueron rápido, hacia el puerto de Mahón, donde un ferry los esperaba, para alejarlos de él.

Los días pasaban y el trabajo se hacía más duro. Por momentos tenía ganas de mandar todo por un agujero negro. Comía tres veces más de lo normal, había engordado un poco, incluso estaba más fuerte debido a que tenía que lidiar diariamente con cajones de distintas cosas, pollos, frutas, pescados, verduras, helados. Todo se guardaba con la ayuda del “uruguaio”, como le decían. A él le sonaba mal, acostumbrado a la forma rioplatense de pronunciar. La letra “Y” y la “LL” para él siempre habían sonado igual, en fin, le decían: “¿porqué arrastras las palabras?” y él contestaba: “suena lindo, nada más”.
Su trabajo de “pinche de cocina” era realmente una pinche bomba a punto de hacerle reventar. Suerte que frente al restaurante estaba el Anais-Bar. Se desquitaba a menudo, casi a diario, se amuraba al mostrador y le daba a los licores. A veces su amiga lo tenía que llevar, sobre todo al final que la presión del trabajo era fatal. Por lo normal él salía tambaleante, se despedía y se iba, olvidándose de pagar. Ese inhumano calvario, le estaba matando, le estaba haciendo de sal.
- Uruguaio - le gritaban al salir del bar – ¡tu casa es para el otro lado, vas en dirección equivocada! -
- ¡Si claro, pero tu esposa me espera en la tuya, aprovechando que tú no estás! – contestaba irónico.
Menorca se estaba desvaneciendo, la temporada de verano pronto llegaría a su fin. Había empezado por preguntar a los camareros y le aseguraban que en quince días todo se iba a terminar.
- ¡Gracias a dios! ¡Gracias a dios! – decía.
Tenía 3000 U$S libres de todo gasto, aún le quedaba cobrar un sueldo y el señor Pérez le había prometido premios por asistencia. Comenzaba a palpitar la libertad.
- ¡Tony!…teléfono – dijeron desde la caja.
- ¿Quién es?-
- Tú prima –
Tomó el tubo y contestó.
- Hola Clara, ¿estás bien? -
- Hola, si, muy bien. Te llamo para saber… ¿pronto terminas allí?-
- Si, ¿porqué?-
- Mira, es que mi padre tiene un puesto vacante de ayudante en su estudio de arquitectos y me dijo que si querías podías venir a trabajar aquí.
- No te puedo creer. ¿En serio?
- Si -
Detrás de él, los muchachos de la barra y los camareros, con las orejas paradas, atentos, trataban de entender, de curiosos nada más, lo que pasaba en la conversación.
- ¡Fuera! ¡Fuera! – les gritó.
Definitivamente les había terminado por caer bien. Había pasado por la prueba de fuego, sin quejarse ni chistar, se había transformado en un héroe y les había demostrado que nada ni nadie lo podrían detener.
- Guuuuuau, ¿en serio? – repitió.
- Claro que si -
- ¡Gracias, gracias! –
- No es nada, eres valiente al estar aquí, intentando salir adelante, simplemente pensamos que tal vez estaría bien ayudarte en algo -
Clara era su ángel. Lo transportaba hasta el cielo, lo paseaba entre las nubes y después lo aterrizaba en un suelo, muy seguro y firme. Alguna sección del paraíso se había apiadado de él, le habrían asignado el caso a ella, levantar a los caídos… y allí estaba, con él, extraña, misteriosa y encantadoramente unidos por el destino.

miércoles, 7 de diciembre de 2005

EL VIEJO

EL VIEJO


Fabiana y Daniel son amigos de la escuela. Juegan en un parque sentados debajo de la rampa. Al parecer Fabiana le está vendiendo un puñado de arena a Daniel. El está interesado ya que necesita el “azúcar” para su casa y ella es la dueña del abarrote. Daniel le paga con un recorte de periódico bastante sucio, de los que se secan después de una lluvia y coloca el paquete a sus espaldas, junto a otros dos que ya le había comprado. El parque está concurrido. Hay siete personas corriendo en la pista que circunvala el perímetro. Hay un viejo de cabello blanco en una banca. Está de espaldas. Al parecer no está haciendo nada más que descansar. Tiene los brazos sobre el respaldo y las piernas estiradas. Se ve tan relajado que ahora no me parece tan viejo. En la esquina, a su derecha, apenas al cruzar la calle, dos herreros sacan chispas al cortar una barra de metal. Traen puestos unos cascos que parecen espaciales.
Fabiana acaba de cometer un error con Daniel, le aventó un trozo de periódico que él le dio, alegando que era una burla, que ella quería más dinero por lo que estaba entregando, a lo que Daniel hizo lo propio aventándole la “sal” que le había vendido ella, en su cara.
El viejo se acercó a ellos dos y les tomó de una mano a cada uno. Los alejó de la arena y mientras caminaban le sacudió el cabello a la niña. Los traviesos pequeños se callaron y escuchan sus palabras. Su cabello, visto de costado, se ve oscuro, casi negro. Se sentaron los tres en el pasto y formaron un triángulo. Fabiana estaba de frente y respondió con una radiante sonrisa a lo que dijo el viejo, mientras que Daniel se tiró de espaldas en una contorsionada risa.
Tres deportistas se juntaron en un carro de jugos que se apostó en la esquina opuesta a la de los herreros. Daniel tomó algo que le dio el viejo y corrió hacia el carro de los jugos. El viejo está de frente y de pie se lo ve joven, sólo que su ropa le queda un poco grande. Aparecieron dos corredores más, van despacio, es un trote parsimonioso. Daniel volvió. Como pidiendo disculpas a Fabiana le entregó su jugo y le dijo algo entre miradas que se iban al suelo y regresaban. El viejo recibió el suyo e hizo un gesto como quitándose el sombrero. Esto volvió a hacer sonreír a los niños.
Los tres vienen caminando hacia mí. Uno a cada lado del viejo que, a medida que se acerca, cada vez es más tierno. Para cuando está a unos pocos metros, el viejo es apenas más alto que los niños. Al voltear a verme caigo en cuenta que es apenas un muchacho, un adolescente.
No advirtieron mi presencia. Los veo retirarse. El viejo es otro niño, igual que Fabiana y Daniel va de la mano con ellos, jugando al soldadito en un desfile y hasta parece el más pequeño de los tres. Antes de dar la vuelta a la esquina lo veo sonreírme en una última mirada. Ésta, directamente a mi corazón.

martes, 6 de diciembre de 2005

MAR DE FONDO

MAR DE FONDO

El mundo continuaba girando sobre su eje. Como siempre. La isla estaba fascinante. Como siempre. Él tenía la sensación de no encajar en todo aquello. Como siempre.
Carlos Sabadell se acercó a darle la ropa de cocinero, luego le indicó cual era su lugar de trabajo. Dos grandes piletas de platos sucios le hicieron una mueca de bienvenida.
- En el hotel de atrás todos los cocineros tienen una habitación en los sótanos. Puedes escoger la tuya. Es obligación que te vengas a vivir aquí, no podemos darnos el lujo, de que por algún motivo, te desaparezcas –
- Puede contar conmigo. No le voy a fallar –
- El horario de entrada es a las 8 am, y puedes descansar de 14 a 18 hs., de ahí te tienes que quedar hasta que no tengas platos, que generalmente es a las 12 de la noche -
- No hay problema, señor, cuente con eso -
- Puedes comer aquí, le damos la comida gratis al personal. Jiménez es el jefe de cocina, lo que él diga, es lo que hay que hacer - Señaló al tipo gordo que cortaba carne con una cuchilla enorme. Jiménez hizo un pequeño movimiento de asentimiento con la cabeza.
Había tres hombres más trabajando en los platos fuertes, muy concentrados. El más joven se acercó a saludarle.
- Hola, soy Juan -
- Hola, Antonio, bueno…Tony, si quieres -
- No eres de aquí, ¿verdad? -
- No, soy Uruguayo -
- ¡De Uruguay!, conozco a varios futbolistas que juegan en España. Está Diego Solá, Ernesto López, si, hay un montón de ustedes por estos lados -
- Si, son bastante buenos -
Siempre él que conocía a alguien, surgía el fútbol uruguayo a relucir.
- Mira, tu trabajo es poner los platos sucios aquí, con agua caliente, luego los fregas y los pasas a este otro lugar para enjuagarlos y al final los cuelgas de este secador. Es fácil.
- ¿Fácil? -
- Si -
- No me dijo eso el señor Sabadell -
- No le hagas caso –

Aquel día comenzó con muchas ganas. La temporada apenas iniciaba. Pocos días después, la gente inundó el lugar. Aparecían por todas partes, provenientes generalmente de Inglaterra y Alemania. Muy pronto el restaurante se abarrotaba diariamente. El personal corría, intentando dar el mejor servicio. Se formaban largas colas de comensales, esperando mesa. Tony fregaba y fregaba. La pila de platos sucios cada vez era mayor. Los cocineros se encargaban de traer más ollas sucias de las que parecían necesitar.
- Lávame este sartén – urgían los cocineros a cada rato.
- Ya va - Contestaba.
- No. ¡Ya! – Le decían.
- Si, claro, ya - Decía Tony y lavaba con rapidez.
Los primeros treinta días fueron pasando, uno tras otro, lentamente. Comenzaba a acostumbrarse. Era trabajo mecánico. Iba bien. Pronto cobraría su sueldo y liquidaría la deuda con el Uruguay.

En su cuarto había una cama y una pequeña mesa de luz. Nada más. Era húmedo hasta el punto de que el suelo estaba permanentemente mojado. Tenía la entrada independiente al hotel, por una esquina. Se entraba a un pasillo bajando unas escaleras y por él se llegaba a las pequeñas habitaciones. La única ventana, estaba por encima de su cabeza, a la altura del suelo de la piscina que quedaba entre el restaurante y el hotel. Podía ver las piernas de la gente pasar de un lado al otro.
Tony comenzó a aprovechar el horario que le daban para comer, yendo a relajarse a una playa cercana.
Colocó su cinta preferida en el walkman y salió. Caminó descansadamente hacia el mar. Esa música le causaba un encantamiento, tenía cierto aire de libertad y vértigo. Una larguísima y espectacular escalera, comunicaba la cima de esa gran saliente rocosa en que estaba el restaurante, con la playa. Entre barrancas y empinadas laderas de piedra y yuyos, el camino descendía serpenteante hasta las blancas arenas. 300 metros de orillas transparentes quedaban encajonados entre dos bloques de piedra. La naturaleza había terminado su obra de arte colocando algunas pequeñas islitas en las que las aves descansaban luego de la pesca.
Los turistas estaban por todas partes. Familias, niños corriendo por la orilla y jugando con arena, parejas tumbadas al sol y grupos de muchachos festejándose bromas o jugando paleta. Cruzó toda la playa, hasta una explanada de roca lisa. Se sentó apoyando la espalda y colocó las piernas en el agua. En un par de horas estaría encerrado dentro de aquella cocina, con kilómetros de platos sucios por lavar. Y eso era todos los días.
En su interior había pasión, el lugar le alimentaba el espíritu. No le importaba mucho el sufrimiento causado por el trabajo ni envidiaba a aquella gente, no quería ser como ellos.
Cuando la prisión de los días, eternamente duros, comenzó a corroerlo, decidió escribir algunas cartas. Eso lo mantendría ocupado y con algún sentido. Se sentía feliz, aunque no podía evitar algún comentario en las cartas sobre las jornadas que se hacían más y más insoportables. A su madre le envió el dinero del pasaje, ella se lo merecía y le escribió, “...como te lo había prometido, ya no tendrás que preocuparte por el dinero del crédito...”. Envió también una postal a Clara, como ella le había pedido, indicando el pueblo en el que trabajaba y algunos pocos detalles más.

Una de esas mañanas en las que le tocó recibir la verdura y el pescado, se le acercó Graco, el camarero y le dijo:
- Afuera está una joven preguntando por ti. Dice ser tu prima -
- ¿Mi prima?, Yo no tengo ninguna prima por aquí, debe haber algún error -
Salió y vio a Clara sentada en la terraza. Se sacó el delantal y fue a saludarla.
- ¡Hola!, ¿cómo estás? -
- Bien, ¿y tu? -
- Muy bien, trabajando como una bestia, ¡qué sorpresa!, ¿Qué haces por aquí? -
- Paseando. Que suerte que hayas conseguido trabajo tan pronto. Me alegró mucho recibir tu postal -
Vestía bermudas y musculosa blanca. Se veía contenta.
- Y ¿cómo supiste donde encontrarme? -
- Bueno, tu decías que el restaurante era el más famoso del pueblo. Fue sencillo ubicarlo -
- Espero que te quedes por aquí unos días. ¿Qué te perece si en mi descanso, nos vemos en algún sitio? -
- Me parece perfecto. Estoy con mi novio. Después te lo presento -
- Ok. A las 2 y media en lo de “Anais”, es un barcito que queda allí enfrente, ¿está bien? -
- Ahí nos vemos, ¡bye! –
Mientras acomodaba la lechuga en la cámara de frío, pensó en ella. Un rato más tarde volvió a hacerlo. Deseó que se hiciese la hora del descanso. Estaba inquieto, nervioso. Hubieron chistes y bromas entre los cocineros ha cerca de su prima desconocida. Él sonreía y callaba. Los platos y ollas sucias pasaban por sus manos con inusual rapidez.

Habían cambiado los horarios. Esta semana comenzó a trabajar a partir de las doce del mediodía. Como por inercia seguía levantándose temprano, alrededor de las ocho de la mañana, cuando solía sonar el calamitoso reloj despertador. Era una cálida mañana de pleno verano. Miró hacia la playa mientras bajaba las escaleras. El cielo era de un azul pleno, había fuerza en la vegetación, como si estuviera pretendiendo absorber todo aquel sol brillante. Llegó hasta la arena, lo esperaban sonrientes Clara y Pedro.
- Buenos días, ¿cómo están? -
- Hola - dijeron los dos- estamos contentos por el tiempo hermoso que nos está haciendo -
- ¿Están viviendo por aquí cerca?-
- No, en un hotel, en Mahón. Está bonito. ¿Ya viste la moto de Pedro? -
- Oye si, ¡está buenísima!-
- Es una Kawasaki 600, enduro, la tengo hace tres meses, es mi preciosura -
- Se ve, se ve. –dijo Clara fingiendo celos.
- ¿Vamos al agua?- Dijo él.
- Vayan ustedes - dijo Pedro - yo luego los alcanzo -
Se metieron los dos al agua. Clara lo miraba como si tuviera que contarle algunos secretos, había cierta picardía en sus ojos.
- Está buenísima, ¿no? - le dijo él. Luego se zambulló dos o tres veces estilo delfín. Salió a flote y se sacudió la cabeza como un perro. No había dudas al respecto, todo aquello lo hacía libre como un animal salvaje.
- Divina ...y ¿ya conociste a alguna chica? -
- Bueno..., salgo poco, no tengo mucho tiempo libre y el poco que tengo lo aprovecho para descansar -
- Vente con nosotros esta noche, vamos a la fiesta de la espuma en la Disco de la Cova -
- No, gracias. Vayan ustedes que están de paseo -
- Es que..., no es lo que parece, en realidad no estamos juntos. Es que él me pidió venir aquí a reconciliarnos, pero yo..., necesito tiempo -
- Parece que se llevaran bien ¿no? -
- Si, pero llevamos cuatro años juntos, yo estoy un poco aburrida -
Clara miró a la playa donde estaba Pedro, sentado en la arena, observándolos. Ella le llamó con la mano y él respondió que no, de la misma forma.
- No parece preocuparte la situación -
- Para nada, ¿porqué no haces un esfuerzo esta noche para ir a la fiesta, así podríamos conversar un poco, tú trabajas todo el día y yo pronto regresaré a Barcelona? -
- Muchas gracias, me encantaría, pero ... Pedro, no creo que se sienta contento si voy -
- ¿Porqué?, eres mi primo, no puede enojarse -
- Mejor en otra ocasión -
Comenzaron a sentir algo de frío en el agua y salieron. A Tony, lo poco que había conocido de ella, le resultaba atractivo, además le hacía sentir que estaba muy bien acompañado. Él se sentía solo. Estaba solo.
Después de jugar un rato a la paleta los tres, caminaron de regreso hacia la hermosa moto de Pedro.
- ¿Qué se diviertan! - les dijo.
- Si no estás cansado, date una vuelta esta noche - insistió Clara.
- Chau chau - dijo Pedro.
- Adiós – contestó él.
……………………………………………….Continúa…………………………………………………………….

lunes, 5 de diciembre de 2005

DESPIDIENDO A NITO

DESPIDIENDO A NITO

El Río de la Plata era un lugar mitológico en donde algunos escritores habían lavado su alma. MONTE VI D. E. O. la capital del Uruguay. Monte VI de Este a Oeste habían escrito los españoles en alguna bitácora de viaje, al entrar por el río más ancho del mundo y verificar que el cerro era el sexto, desde la amplia desembocadura.
Ya en los próximos 1500 años habían cambiado algunas cosas. La gente se agolpaba en las paradas de autobuses de la avenida 18 de Julio del centro de la ciudad. Algunos subían, otros bajaban y los que no, quedaban atrapados dentro de ellos, cual ganado. Hombres y mujeres resignados al trabajo y con la mente puesta en dejarles un buen futuro a sus hijos, sin pensar en el presente de sus vidas. No era fácil mantenerse joven, había que sobrevivir a la tristeza uruguaya de unos tiempos sin gloria ni pasión.
Jóvenes mirando el cielo y pensando -¡¿dónde estará mi oportunidad?!-
Ambrosio era uno de ellos. A los 27 años tenía la libertad a medio estrangular. Pensó en eso un rato mientras caminaba por la rambla y observaba el mar, soltando barcos hacia la orilla Argentina. “Me trajo de nuevo a estas tierras un corazón con la correa en el garganta, soy un “Houdini” que no necesita ni cadenas ni cerrojos, que los lleva adentro”
Desde el faro de Punta Carretas anduvo hasta la antigua casa donde vivió momentos extraordinarios en la infancia junto a sus abuelos Nito y Cocó. Había caminado por kilómetros buscando los recuerdos de esa época que representaban la pureza y la ingenuidad. Llegó solamente para comprobar que ya no existía, en ese lugar había un supermercado que tapaba sus recuerdos.
Decidió ir treinta kilómetros al norte, a Salinas, dónde descansaban los viejitos. Una casa construida por ellos, un balneario de veraneo, una playa deliciosa. Hacía algún tiempo que no iba a visitarlos. Le habían dicho que Nito estaba mal, que ya tenía los días contados con una mano, pero que él estaría ahí, esperando al nieto. Había ido al estadio centenario por primera vez con él, para ver fútbol y se le perdió entre las gradas, para aparecer luego, con un cono lleno de cacahuates.
Por fin llegó y entró al jardín.
— ¡Hola, hola! — dijo ya casi en el portal.
— ¿Quién es?, ¿quién es? —preguntó Nito desde el porche donde solía sentarse temprano en las mañanas y a última hora de las tardes. Casi no podía ver por las cataratas de sus ojos. — ¿Eres tú Ambrosio?
— Sí, Nito, soy yo.
— ¡Venga ese abrazo! ¡Qué gusto tan grande de verte!
Estaba extremadamente flaco, piel y huesos. Él siempre había sido un hombre corpulento. De todas formas, le ayudó a pararse por su deseo de abrazarlo. Se envolvieron fraternalmente y luego lo apoyó suavemente en la butaca — ¡Pero qué alegría! —volvió a decir.
Su esposa y abuela de Ambrosio, una señora tan baja como vital, a sus ochenta años, corrió para servir, ya fuera agua, alimentos, o lo que los demás pudiesen querer.
— ¡Qué suerte que te encontré, que no saliste a andar en bicicleta! ¡Se te ve tan bien! —dijo Ambrosio con el fin de buscar la respuesta irónica de un inefable humorista.
— Déjate de bromas que estoy hecho una calavera, si me apoyo muy fuerte se me escapan las costillas por la boca —en el filo de la navaja y allí estaba de nuevo él, a la carga, riéndose de la muerte.
— ¿Quieren algo de comer? —dijo Cocó.
— Si, bueno, y ya que vas, tráenos unas gotitas de algo, ¿ya sabes?
Cocó entró a la casa y regresó con pan con mantequilla y una botella de caña con butiá. Luego se sentó a un lado de Nito.
— ¿Y?, ¿la radio?, ¿dónde la tienes?, en cualquier momento empieza el partido —dijo Ambrosio.
El viejito la encendió. Tenía la sonrisa más hermosa que hubiera visto y la mirada no se podía explicar ni con todas palabras.
Se sirvieron unos tragos se pusieron a escuchar el partido de fútbol en los relatos de Quesada, un locutor con voz muy ronca y lenguaje de mecánico borracho.
A los 20 minutos decía: “La toma Borges, puede venir, caracoleo, quebró la cintura, está, la pide Soria, está, le pegó de cacheteé, sí sí, está, gooooool, ¡Gooooooooooooollllll¡ estupendo, formidable, les están bailando un danzón a los muchachos del Defensores del chaco” —relataba a voz en grito con aquel lenguaje que les encantaba oír.
Cuando terminó el partido se metieron a la casa y pronto se hizo la noche.
Cenaban. En medio de la comida Nito pidió algo a Cocó. Ella fue hacia la habitación y regresó con una cajita.
— Un día, tu tendrías seis o siete años, me dijiste, “cuando te mueras, ¿me lo dejas de herencia?”, y yo te dije que sí, pero que faltaba mucho. Pasaron casi veinte años. Te hice esperar pero al final todo llega —y le entregó la cajita.
— Me dejas mudo —dijo él y la tomó con cuidado. Era el reloj de colores esmeraldas tornasolado que lo hipnotizaba, cuando de pequeño se sentaba en sus piernas a oír historias fantásticas.
Cocó Hizo una mueca como queriendo burlarse de lo inevitable, como si la sola suposición que Nito anunciaba fuera otro chiste. Ambrosio hizo lo propio, pero él sabía que, el viejito, nunca iba a desaparecer.

domingo, 4 de diciembre de 2005

UN OBJETO EXTRAÑO

UN OBJETO EXTRAÑO

Un objeto extraño, que no puedo describir con claridad, quedó colgado en la parte más alta de la copa de un árbol. Parece una pelota de trapo y aunque dudo que lo sea, tengo la clara convicción de que, fuese lo que fuese, todos dependemos de aquello a muerte. Estamos reunidos unos cuantos paisanos debajo de aquel frondoso árbol. Somos de una pequeña comunidad fuertemente unida.
Todos mirábamos hacia arriba impotentes. Primero, el árbol era muy alto, segundo, las ramitas de la parte superior era extremadamente finas y, tercero, aquello se había posado hasta el punto más distante de nosotros.
Sin saber porqué, me lancé a subir. Era algo suicida y seguramente, al percibir que ningún otro de los presentes se animaría, una fuerza rebelde en mi corazón me impulsó a hacerlo. De todas formas íbamos a morir. La situación nos había paralizado y pensé que era mejor enfrentar a la muerte en el intento.
Empecé a trepar y a la vez a olvidarme de todo lo mundano, a cada paso de mi escalada más y más entendía lo importante que aquello era. Comencé a sentir que valdría la pena. Subía cada vez con más fuerza y confianza. Mi esperanza creció al notar la altura que había tomado y no tener ni un poco de miedo a lo que me pudiera pasar. Estaba concentrado en mis movimientos. Eran muy buenos, precisos y seguros.
Ya casi en lo alto de la copa, sostenido por un pie, enredado entre ramitas, al igual que en mi mano izquierda, logré alcanzar lo que tanto necesitaba. Era poder absoluto. Era la salvación.
Luego pasó algo increíble. La naturaleza me habló por medio de aquel árbol. Yo estaba decidido a volver abajo así que junté en mis manos un buen puñado de esas largas y finas ramas y como un mono araña, pasé de la copa al centro. Con otro poco de esfuerzo, me estiré y tomé ya el último manojo de hojas y aprovechando el impulso que venía y la ayuda de la contención del árbol, que al igual que yo, parecía transpirar por el agotamiento, llegué al suelo. Con una delicadeza digna de un ballet, pise tierra a salvo y con nuestro trofeo.
Todos mis amigos me observaron como a un dios pero simulé no notar eso y dejé a nuestro espíritu en el centro del círculo de gente, sintiendo que la vida regresaba a la comunidad.

viernes, 2 de diciembre de 2005

Hay un perro en mí

HAY UN PERRO O EN MÍ O EN MI SOPA O EN MI PIANO
(Disyuntivas)

Estábamos en Marte con un grupo de amigos cuando sentimos el choque de un auto o lo que pudo ser el portazo de una dama descontenta, en realidad me incliné a pensar lo último porque junto con el fuerte golpe hubo un grito o lo que más bien me pareció un insulto o una especie de desprecio.
Cristian se asomó por la ventana y nos relató lo que veía o lo que creía ver, aunque yo no le entendí y realmente me tuve que cerciorar por mí mismo o nunca se lo hubiera aceptado, a menos que yo quedara borracho con el tequila marciano o afectado por esa atmósfera extraña que hay allí.
Resultó que sí, al parecer una señorita de la mala vida o buena, según se juzgue, le pidió por adelantado el dinero a un tipo y él le dijo que no, que si pensaba que era ladrón o un pordiosero de las miserias ajenas, a lo que ella reaccionó mal, y no por lo de las “miserias ajenas” o porque lo gritó a los cuatro vientos, sino porque se acordó de que ya había venido una vez y no había querido pagar.
Eso lo entendí, claro, porque se armó una revuelta en la calle y se dijeron de todo, él, que era un artista famoso o fabuloso, no escuché bien, y ella, que no le creyó, le revoleó la cartera en la cabeza dos o tres veces llamándolo mentiroso, lo que resultó muy mal porque el tipo empezó a sangrar y se cayó de espaldas muerto, ¿o desmayado? ,…ahora les cuento.
Y nosotros cinco, que nos habíamos juntado para ir a un espectáculo de un tal Andy Villanín, que ni sabíamos si era un concierto o una obra de teatro, o las dos cosas juntas, o una lectura de poesía, o, en fin, quien sabe qué, bajamos rápido las escaleras hasta la calle porque el show estaba allí.
Carlitos llegó junto al perro del vecino que lo atropelló como un loco desesperado, porque nunca lo soltaban o le gustaba la sangre, ya que le dio una lambida, al tipo, que lo despertó, después llegó Martín, con esa especie de líquido coagulante o desinfectante, que era rojo y olía feo o algo malo tenía, porque cuando el hombre se dio cuenta que le iban a echar eso, otra vez perdió el sentido.
Pero ahí no estuvo lo peor o lo más fuerte, resulta que lo vio Francisco y lo reconoció, era ese tal Villanín, que de camino al concierto o lo que fuera, se había desviado tan sólo quince o veinte kilómetros del supuesto estadio o teatro y andaba en busca de ejercicio físico.
Para no hacerte el cuento largo o aburrido, créeme que Villanín, era el tipo más divertido que conocí en Marte porque ahí nomás, a media curación, nos regaló las cinco entradas y nos propuso llevarnos él mismo en su nave espacial o lo que parecía un bocho con alas, y nosotros, por supuesto que aceptamos encantados, y hasta el perro del vecino se subió con una sonrisa enorme, parado en sus dos piernas traseras o patas, según yo.
Mira, sólo en el viaje, no descostillamos de la risa, y no con Villanín, o también con él, pero más con el perro, que no paró de contarnos chistes de todos los colores o sabores, y ya cuando nos bajamos de la nave y nos dimos cuenta que, ni estadio ni teatro, era un cuarto de una despensa o una especie de abarrote desocupado con 10 butacas y un piano, comentamos entre nos, “ya que más da, esto se puso bueno” y le seguimos el tren, así que entramos.
Andy Villanín encendió un foco girándolo y nosotros tomamos asiento, con el perro éramos seis o siete, con Villanín incluido, pero no se si contarlos porque Andy se subió a un cajón de frutas y se quedó de espaldas a nosotros, mudo o más bien paralizado, y el perro que estaba muy excitado o le gustaba la música, se subió a tocar el piano.
Nunca me había divertido tanto en Marte, cuando terminó la primera melodía, a mi juicio bien tocada o por lo menos bien lograda, empezaron unos aplausos que parecían de todo el estadio de fútbol marciano y claro, nosotros al sentir eso amagamos a aplaudir pero, vimos en un costado a un tipo en lo oscuro, borracho o drogado, que giraba con su mano derecha la manija de una máquina de hacer aplausos y con la otra comía cacahuates o le daba a la botella.
Nosotros nos echamos por el suelo a reír o Francisco por ejemplo, a llorar de la risa, y Villanín, seguro de su éxito, continuó inmutable en su cajón, sin voltearse, mientras que el segundo tema que tocó el perro finalizó nuevamente con los aplausos, originales o falsos, más estruendosos que oí, pero como el tipo estaban tan pasado, en la tercer melodía siguió girando la máquina sobre la música, así que lo mandamos a buscar cigarros o cerveza para que no molestara.
Lo digo, o lo repito, nunca me divertí tanto en Marte, el perro terminó tocando con una mano o una pata, fumando y con una cerveza sobre el piano, pero lo cómico de verdad llegó hasta el final, cuando terminó todo y fuimos a despedirnos de Villanín, le golpeamos en la espalda y el tipo no se giraba, así que lo miramos del otro lado y resultó, créanlo o no, un maniquí.

viernes, 7 de octubre de 2005

LA CARRERA

LA CARRERA



Cumplía treinta y tres años. Fernando se había levantado temprano, se había vestido con la ropa que cuidadosamente había preparado la noche anterior y junto con Felipe habían salido del hotel después de un desayuno ligero.
En la salida estuvieron largo rato envueltos por una multitud que hablaba distintos idiomas.
Sonó el disparo y comenzaron a moverse lentamente.
- Nos vemos en la llegada -
- Ahí nos vemos, suerte -
Los primeros diez kilómetros fueron de calentamiento, como lo tenía
programado, ahí buscaría subir el ritmo y mantenerlo hasta el fin. Se sentía bien, renovado y fresco, como nuevo.
- ¿Qué pasará con todo cuando haya terminado?
Kilómetro 26. Llevaba un muy buen ritmo. Por unos instantes sintió como si
las sienes latieran demasiado fuertes, luego la sensación pasó. A su alrededor iban dos muchachos jóvenes, una chica como de unos treinta y un señor ya mayor de cincuenta.
Su pies se movían rítmicamente, se veían bien desde el rabillo de sus ojos. Al fondo, hasta donde su vista alcanzaba, tenía localizado aquel punto imaginario.
Recordó algunos momentos cercanos a sus quince años Kilómetro treinta y tres. Cuando vio el cartel indicador recordó su cumpleaños. “Treinta y tres años, la edad de Cristo”, pensó. En algo se parecían, él también cargó una cruz. Si, durante años lo hizo.
Treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta…, estaba en trance, apenas sentía el cuerpo. “A este paso podría correr diez kilómetros más”, se dijo.
El pavimento continuaba pasando bajo sus pies en sentido contrario. Su mirada, luego de una curva, dio por fin con la manta. Decía “Finish”.
Cruzó la meta y pocos metros después dejó de correr para continuar caminando. Casi repentinamente comenzó a faltarle el aire. Supuso lógicamente que sería a causa de parar la marcha. Levantó los brazos e intentó aspirar todo lo que pudo. Estaba tranquilo a pesar que tampoco esos movimientos le ayudaron. Tosió un poco, quizá su garganta reseca estuviese enfermando. Unos segundos después todo se puso muy blanco y ya no lo sostuvieron sus piernas.
Cuando abrió los ojos estaba conectado a una máquina que le bombeaba el oxígeno. Parecía ir en una ambulancia. Entre brumas se asomó una cara conocida por sobre la suya y le hablaba. Era su madre. No logró oír todo lo que decía, sólo escuchó “…feliz día, mi amor, apaga las velitas…”, luego cerró los ojos unos instantes. Volvió a abrirlos y ahora, sobre él tenía el rostro de Nito, su abuelo, le decía: “…estoy vivo, era todo una broma, siempre estuve vivo…”, entonces sonrió un poco y pestañeó. Aparecieron dos caras, eran de Clara y Karina, sus cabelleras se juntaban en el centro de la visión. Hablaban las dos al mismo tiempo, sintió que había tenido con ellas una larga conversación, sólo entendió: “…siempre te quise y aún te quiero…”. Se barrieron la imágenes con la entrada intempestuosa de las caras de Felipe y Marcos que gritaban: ¡“…ganaste campeón!, ¡ganaste!…”¡ y luego le felicitaban. Por unos momentos sintió que estaba a punto de abrazarlos, luego cerró los ojos y ya no los abrió.

martes, 4 de octubre de 2005

NÁUFRAGO

NÁUFRAGO


Sus labios secos partidos, el agua filtrándose entre las grietas, su espalda ya húmeda, igual que parte del cabello, su brazo derecho sobre los ojos (apartando un resplandor del que no podía escapar), meciéndose, meciéndose, meciéndose…, y otra vez regresó a la ensoñación.
En los últimos dos días no había bebido o comido nada (no tenía qué), además sus ganas de pescar habían sido abatidas por una sensación en la boca del estómago, que suplantaba el hambre. Las alucinaciones de su hija en la alfombra del living dibujando un día de lluvia. Las repetidas pesadillas en las que resbalaba de un edificio y caía. Las gaviotas…, esas gaviotas tan irreales que asomaban siempre cuando la tarde caía, mientras el bote, ¡bendito sea dios! arrojaba sombra por encima él.
Casi sin moverse, acomodó sus ojos para ver el cielo confundirse con el mar.
Como pudo enderezó la espalda sobre un remo, luego abrió la caja de madera de caoba (regalo de bodas de su madre), el único artículo personal que rescató del “Camila” cuando se estrelló con esa piedra, que no tenía porqué estar allí, que no debió estar allí, pero que sin embargo…, al fin tomó algo de su interior.
¿Qué tan cierto era este infierno?
Cerró los ojos un instante. Vencido, regresó a las tres hojas de esa carta de despedida que apretaba entre sus manos:
—…La nena está durmiendo con su abuela y bien sabes que mi enfermedad es una carga… —…lo he pensado hasta el agotamiento, lo mejor es que ella se quede con este recuerdo de su madre (no quiero lastimarla, entiéndelo)… —hizo una pausa, respiró. —…te amo, tal vez parezca egoísta, pero el dolor se me hace insoportable…— entonces finalizó, —…orgullosamente tuya, Sandra —
…………………………………………………………………………………………………………………………….
(El mar le devolvió la vida) el amor…, el dolor…, la orilla…, de pronto todo era una misma cosa.
Despertó en la sala de terapia intensiva.
—Camila, Camila… —logró decir, (aún con sus ojos vendados) —todo estará bien, descansa, ya pasó… —susurró a la niña que con suavidad apoyó la cabellera en sus caricias.

VELAS ALREDEDOR

VELAS ALREDEDOR

Cuando me di cuenta que estaba aburrido de su plática giré con la intención de decírselo. Él era grande, realmente grande. Tal vez dos metros o más. Llevaba una capa negra que lo cubría por completo. Al observar su rostro que estaba apenas iluminado, lo suficiente para notar la sinceridad con la que hablaba, me contuve y esperé. Era tierno ver a aquel hombre que parecía capaz de mover el mundo con sus manos, hablarme apenado y pedirme ayuda con franqueza.
Me dijo: —nunca hay luz, fíjate detrás de mío—, y luego vio en mis ojos la perplejidad que aseguraba que era cierto, que la sombra se pegaba a sus espaldas.
Agregó: —la oscuridad me rodea enseguida, toda mi vida ha sido oscuridad.
Yo, que ya tenía sueño, no quise defraudarlo y me entregué a la pena de aquel hombre. Esperando que todo terminara pronto, acepté la vela que puso en mis manos.
—Enciéndela, aléjala detrás de mí para que la sombra se recorra un poco de nosotros.
Lo hice y tal como él lo aseguró, la oscuridad cedió a la luz y se trasladó a un par de metros de la vela. Me alcanzó algunas velas más y yo las encendí haciendo un círculo alrededor para permanecer un rato en la luz.
Sin piedad le dije: —tengo sueño- y contestó: – nomás no me olvides-
A lo que yo, semidormido, conteste: -No-

domingo, 2 de octubre de 2005

MATRIMONIOS Y ALGO MÁS

MATRIMONIOS Y ALGO MÁS


El espejo del baño lo engañó, dejándolo conforme con su aspecto de señorcito refinado, pero al salir de la casa perdió por completo aquella sensación.
— ¿Es éste el traje que elegí?, —pensaba mientras caminaba presuroso —y la corbata, ¿cuándo me hice el nudo?
Escondió las mejillas bajo la solapa para evitar la llovizna y cruzó la avenida empedrada sorteando los pequeños charcos que se confundían con los adoquines. Al levantar la vista vio las luces de neón del alumbrado público y el remolino de minúsculas gotas. No divisó la cornisa del edificio, un viejo hospital abandonado. Impulsado por la curiosidad se fue dejando llevar por los eventos que, como en una carrera con obstáculos, comenzaban a ser cada vez más frecuentes.
Frente a la puerta de altas y gruesas maderas se detuvo. Antes de tocar ésta se abrió permitiéndole el paso. Adentro todas las escaleras parecían llevar al mismo sitio. Las paredes descascaradas no lograban retener la luz que llegaba de una plaza interior. Subió por las escalinatas que encontró al final del pasillo. Angostas, deformes. El arquitecto definitivamente desvarió al confeccionar los planos. Había entrepisos que no tenían ningún sentido de ser, puertas que no eran realmente puertas. De pronto recordó porque estaba en un lugar tan poco atractivo. Una fiesta. Alguien le había invitado a una fiesta, pero no recordaba quien. Uno de los departamentos del segundo piso tenía la entrada más grande y luminosa de aquel lugar. Se acercó seguro de que era allí. Segundos después fue como si el cielo por fin se dignase verlo.
— Hola. Vengo a la fiesta —dijo a las tres hermosas jóvenes que sonrientes le dejaron pasar.
— Adelante, pasa, te estábamos esperando —contestó una de ellas.
Se rompió el cordón umbilical con su pasado cuando se cerró tras de sí aquella puerta. El lugar, con luz tenue y música de fondo, estaba lleno de mujeres y ningún hombre. Se dio cuenta de ser el único caballero y algo no terminaba de cerrarle en su mente. En fin, todas estaban tan elegantes; decidió pasarla bien. Además le restaban importancia a su presencia. Fumaban largos cigarrillos, hablaban y se festejaban a carcajadas sus comentarios mientras bebían. Parecían estar en una boda de la alta sociedad. Eran todas perfectas, como si un dios particular hubiese montado toda aquella fiesta con excesivo cuidado.
— Sin ti, la fiesta no podía empezar —dijo la morena de ojos verdes que le había abierto.
— Siempre es igual —alardeó.
— Bueno, en realidad muchas de nosotras estamos aquí porque en algún momento tú nos propusiste matrimonio —dijo ahora la rubia, mientras se retiraba un mechón que le caía persistentemente sobre los ojos —es tan excitante que hayas llegado en nuestro aniversario.
— ¿Si? Pues, gracias. ¿Yo te propuse matrimonio…, dices? Debes estar confundida, te aseguro que lo recordaría. ¿Dónde nos conocimos?
— ¡LO HICISTE CON CADA UNA DE NOSOTRAS!
— Lo siento, tengo problemas con mi memoria, pero si tú lo dices porque ibas a estar engañándome, te creo, y desde ya te aseguro que voy a cumplir como se debe con cada una de ustedes —dijo con una mueca sarcástica y lujuriosa.
La amable mirada de las jóvenes dejó de serlo en aquél instante como si por un encantamiento infernal hubiesen perdido el alma.
— ¡NO ES JUSTO QUE TE BURLES DE NOSOTRAS! —gruñó la más alta que había permanecido estática a un costado.
— No, no, no, pero…, chicas, yo no las conozco, yo estoy aquí porque...
— ¡PORQUE NOSOTRAS TE INVITAMOS! —dijeron a voces.
En ese momento hubo un profundo silencio. Todas en el salón se voltearon a verlo. Ya no sonaba la música. Sorprendido hizo un reconocimiento del lugar tan sólo para notar la expectativa en el ambiente. Sus tres anfitrionas tenían fuego en la mirada, y cuando hicieron aquel movimiento de manos ya no tuvo dudas. Tenían unas cuchillas enormes. Luego le acercaron una de ellas, demasiado  cerca de su cara. Comenzaron a gritar con una distorsión en sus voces mientras el resto de las mujeres fueron rodeándolo sigilosamente.
Retrocedió, abrió la puerta ágilmente y la cerró tras de sí. Corrió por el pasillo oyendo a sus espaldas los taconeos de esa multitud enceguecida de fieras. Habían dejado caer su fascinante disfraz de belleza y elegancia. Le perseguían alocadas.
Al final había un ascensor. Oprimió sin elegir uno de los botones a su derecha. La puerta se cerró dejándole ver las ahora horripilantes mujeres, que blandían con brutal sed de muerte las cuchillas.
Subía… Piso 8, piso 9, piso 10.
La puerta se abrió. Estaba en la azotea. Se acercó a la orilla del edificio y esbozó una mueca de desesperación. Comprendió que estaba acorralado, no había edificios laterales. Pronto volvería a abrirse el ascensor.
Saltó, apenas cedió la puerta, una muchedumbre de desaliñadas criaturas, despidiendo gritos y baba. Volteó a ver el abismo, tan profundo, tan oscuro, tan indecente. Tomó la decisión. Sabiéndose muerto sintió estar haciendo lo correcto y en ese instante, que le pareció eterno, se encomendó a Dios.

viernes, 30 de septiembre de 2005

DESAPARICIONES

DESAPARICIONES

...y cuando corriste a mis brazos una cosquilla me transitó por todo el cuerpo. No era como las de siempre, era como si el cielo me estuviese hablando en un lenguaje que tenía millones de años que no se utilizaba.
Dijiste:
— Tus ojos..., tus labios..., todo tú..., ¿de que planeta vienes?
Y yo contesté:
— No lo sé, creía que tú ibas a decirme eso—
Aquella tarde había estado caminando por la alameda central y como siempre, yo sentía no encajar en este mundo de gente real. Veía a los transeúntes desde una cierta distancia y como fantasma, les observaba venir, pasar por delante mío para luego continuar hasta perderse más adelante, sin siquiera haber notado mi presencia. Sólo tu piel estaba en mi memoria.
Sí, mientras me mirabas intrigada y fantasiosa me sugerías que te estuviera contemplando por tiempo indefinido, así que yo lo hacía, y pensaba… ¿acaso es un comienzo de humanidad en mi?
Después intenté hacer de tu figura algo más tangible y, ¿quién sabe por obra de que fuerzas?, al contrario de lo que esperaba, tu materia se desintegraba. Yo, para que no desaparecieras por completo, dejaba de pensar en ti; era en ese momento que tu figura volvía a aparecer, pero claro, inevitablemente mi interés pretendía hacerte real y por supuesto, tú volvías a hacerte tenue en mi memoria y casi a desaparecer.
Por fin ya no tengo deseo alguno al respecto aunque mantenga una vaga imagen de lo que eras, pero es extraño ser un fantasma enamorado de otro, ¿no?

LAS SOMBRAS

LAS SOMBRAS


Esos ojos tristes que lo hipnotizaron con su naturaleza de rocío, estaban aquella tarde de domingo, envenenados por el hastío. Desde lo profundo de su existencia brotó la rabia inocente de animal herido.
Sintió unas punzadas en la frente. —Es crónico, — pensó —el fracaso y el dolor son crónicos — repitió mentalmente como si intentara entonar un mantra.
Aprovechó el instante en que la plática dio un respiro y fue a la habitación que compartían desde hacía poco más de medio año. Arriba del librero estaban las aspirinas. Puso tres en su boca y las masticó, le agradaba su sabor. Luego cerró las cortinas de un tirón y se zambulló boca abajo en el lecho metiendo la cabeza entre las almohadas. La ventana aún se esforzaba por dejar entrar tímidamente y apenas por una orilla, el último resplandor que aquella tarde podía entregar. Apretó las cobijas y hundió la cabeza hasta lo profundo del silencio, alejando más, aquella miserable ofrenda.
— Siempre el mismo cuento —continuó desde la cocina Mayra en tono más firme —y nosotros quedamos al final, por si sobra ¿no? Ya no aguanto, ¿qué vamos a hacer? —balbuceó nerviosa. Su cara enrojeció cuando empujó la puerta de la habitación que había quedado entornada y lo vio enroscado en las frazadas, como si intentara escapar de su reclamo — ¡Trabajamos los dos todo el día, casi ni nos vemos y para colmo nunca tenemos un centavo! —le gritó al tiempo que se dejaba caer en una silla del pequeño comedor, en realidad un pasillo al interior del departamento que con una mesa angosta habían adaptado para comer, sobretodo para las cenas, que rara vez sucedían.
Mauricio despegó su rostro de la cama y fue a sentarse junto a ella. Desahuciado sonreía, intentando reencontrar las señas del espíritu. Desde adentro, una solución que no estaba en sus manos ni en sus palabras, pujaba por salir. Deslizándose para calmarla la tomó en sus brazos, le besó la frente y la arrulló en silencio. Una miseria gelatinosa les asomó en los ojos.
Luego salieron. Caminaron un rato por las calles acongojados por su destino. Todo en ellas había desaparecido. No podían ver más que a ellos mismos, frágiles como cristales. El cielo estrellado y la luna se asomaban entre los viejos edificios y las ramas secas de los árboles de la Avenida Millán, en una opaca ciudad de Montevideo. Volvieron al departamento, entraron al cuarto y se estiraron en la cama como dos sombras que desaparecían. Apagaron la luz. La oscuridad era su mundo. Entrelazados en uno sólo, dejaron manar las penas y, como ángeles drogados, por fin, rendidos, durmieron.