viernes, 2 de diciembre de 2005

Hay un perro en mí

HAY UN PERRO O EN MÍ O EN MI SOPA O EN MI PIANO
(Disyuntivas)

Estábamos en Marte con un grupo de amigos cuando sentimos el choque de un auto o lo que pudo ser el portazo de una dama descontenta, en realidad me incliné a pensar lo último porque junto con el fuerte golpe hubo un grito o lo que más bien me pareció un insulto o una especie de desprecio.
Cristian se asomó por la ventana y nos relató lo que veía o lo que creía ver, aunque yo no le entendí y realmente me tuve que cerciorar por mí mismo o nunca se lo hubiera aceptado, a menos que yo quedara borracho con el tequila marciano o afectado por esa atmósfera extraña que hay allí.
Resultó que sí, al parecer una señorita de la mala vida o buena, según se juzgue, le pidió por adelantado el dinero a un tipo y él le dijo que no, que si pensaba que era ladrón o un pordiosero de las miserias ajenas, a lo que ella reaccionó mal, y no por lo de las “miserias ajenas” o porque lo gritó a los cuatro vientos, sino porque se acordó de que ya había venido una vez y no había querido pagar.
Eso lo entendí, claro, porque se armó una revuelta en la calle y se dijeron de todo, él, que era un artista famoso o fabuloso, no escuché bien, y ella, que no le creyó, le revoleó la cartera en la cabeza dos o tres veces llamándolo mentiroso, lo que resultó muy mal porque el tipo empezó a sangrar y se cayó de espaldas muerto, ¿o desmayado? ,…ahora les cuento.
Y nosotros cinco, que nos habíamos juntado para ir a un espectáculo de un tal Andy Villanín, que ni sabíamos si era un concierto o una obra de teatro, o las dos cosas juntas, o una lectura de poesía, o, en fin, quien sabe qué, bajamos rápido las escaleras hasta la calle porque el show estaba allí.
Carlitos llegó junto al perro del vecino que lo atropelló como un loco desesperado, porque nunca lo soltaban o le gustaba la sangre, ya que le dio una lambida, al tipo, que lo despertó, después llegó Martín, con esa especie de líquido coagulante o desinfectante, que era rojo y olía feo o algo malo tenía, porque cuando el hombre se dio cuenta que le iban a echar eso, otra vez perdió el sentido.
Pero ahí no estuvo lo peor o lo más fuerte, resulta que lo vio Francisco y lo reconoció, era ese tal Villanín, que de camino al concierto o lo que fuera, se había desviado tan sólo quince o veinte kilómetros del supuesto estadio o teatro y andaba en busca de ejercicio físico.
Para no hacerte el cuento largo o aburrido, créeme que Villanín, era el tipo más divertido que conocí en Marte porque ahí nomás, a media curación, nos regaló las cinco entradas y nos propuso llevarnos él mismo en su nave espacial o lo que parecía un bocho con alas, y nosotros, por supuesto que aceptamos encantados, y hasta el perro del vecino se subió con una sonrisa enorme, parado en sus dos piernas traseras o patas, según yo.
Mira, sólo en el viaje, no descostillamos de la risa, y no con Villanín, o también con él, pero más con el perro, que no paró de contarnos chistes de todos los colores o sabores, y ya cuando nos bajamos de la nave y nos dimos cuenta que, ni estadio ni teatro, era un cuarto de una despensa o una especie de abarrote desocupado con 10 butacas y un piano, comentamos entre nos, “ya que más da, esto se puso bueno” y le seguimos el tren, así que entramos.
Andy Villanín encendió un foco girándolo y nosotros tomamos asiento, con el perro éramos seis o siete, con Villanín incluido, pero no se si contarlos porque Andy se subió a un cajón de frutas y se quedó de espaldas a nosotros, mudo o más bien paralizado, y el perro que estaba muy excitado o le gustaba la música, se subió a tocar el piano.
Nunca me había divertido tanto en Marte, cuando terminó la primera melodía, a mi juicio bien tocada o por lo menos bien lograda, empezaron unos aplausos que parecían de todo el estadio de fútbol marciano y claro, nosotros al sentir eso amagamos a aplaudir pero, vimos en un costado a un tipo en lo oscuro, borracho o drogado, que giraba con su mano derecha la manija de una máquina de hacer aplausos y con la otra comía cacahuates o le daba a la botella.
Nosotros nos echamos por el suelo a reír o Francisco por ejemplo, a llorar de la risa, y Villanín, seguro de su éxito, continuó inmutable en su cajón, sin voltearse, mientras que el segundo tema que tocó el perro finalizó nuevamente con los aplausos, originales o falsos, más estruendosos que oí, pero como el tipo estaban tan pasado, en la tercer melodía siguió girando la máquina sobre la música, así que lo mandamos a buscar cigarros o cerveza para que no molestara.
Lo digo, o lo repito, nunca me divertí tanto en Marte, el perro terminó tocando con una mano o una pata, fumando y con una cerveza sobre el piano, pero lo cómico de verdad llegó hasta el final, cuando terminó todo y fuimos a despedirnos de Villanín, le golpeamos en la espalda y el tipo no se giraba, así que lo miramos del otro lado y resultó, créanlo o no, un maniquí.