viernes, 9 de diciembre de 2005

CARTA A MAMÁ

CARTA A MAMÁ

El otro día me acordé de algo que me dejó pensativo. ¿Llegaste a vender las esclavas de oro que te regalaron en el casamiento? Se que te lo pedí, te lo digo avergonzado. Me acuerdo también que te exigí que me mostraras otras joyas y tú lo hiciste. Ya pasaron más de quince años, no recuerdo bien. Yo estaba tan fatigado, tenía ganas de escapar de aquella vida. Los dos sabemos que irme a España no solucionó nada, pero la experiencia me sirvió y siempre te lo voy a agradecer. Por suerte, después de tanto tiempo hoy no escapo de mi vida, la disfruto. Por eso, más allá de si vendiste o no las joyas, te escribo por admiración. A veces me da vértigo mirar hacia atrás, me sorprendo con recuerdos perdidos de cosas que me producen miedo, pero no tu no te asustes, es sólo miedo al ridículo, nada más. No tengo dudas que tú ya me has perdonado todo e incluso estarás pensando: “¿Pasó eso? Ni me acuerdo”. Pero yo sí.
Mi carácter, aunque pienses que para mí es fácil dejar todo atrás, a veces no me permite perdonarme. Capaz que tú ni cuenta te das y más ahora que estamos tan lejos. Me acuerdo cada instante de aquella época en que me decías: “lo que sea bueno para ti, aunque no lo entienda, yo te voy a ayudar a conseguirlo”. Ahí supe que nada podría impedir mi viaje, porque si algo reconozco, es que en tu vida, nada se te escapó, bueno, solamente yo. Siempre te recuerdo con esa sonrisa tan particular y contagiosa. Por supuesto que me conseguiste el crédito para el pasaje y la extensión de la tarjeta de crédito de papá, que hacía un mes que no me hablaba y que, bien sabes nunca usé, como te lo prometí.
En fin, es sólo curiosidad y vergüenza. ¿Vendiste aquellas esclavas de oro?
Te amo, Gustavo.