martes, 4 de octubre de 2005

VELAS ALREDEDOR

VELAS ALREDEDOR

Cuando me di cuenta que estaba aburrido de su plática giré con la intención de decírselo. Él era grande, realmente grande. Tal vez dos metros o más. Llevaba una capa negra que lo cubría por completo. Al observar su rostro que estaba apenas iluminado, lo suficiente para notar la sinceridad con la que hablaba, me contuve y esperé. Era tierno ver a aquel hombre que parecía capaz de mover el mundo con sus manos, hablarme apenado y pedirme ayuda con franqueza.
Me dijo: —nunca hay luz, fíjate detrás de mío—, y luego vio en mis ojos la perplejidad que aseguraba que era cierto, que la sombra se pegaba a sus espaldas.
Agregó: —la oscuridad me rodea enseguida, toda mi vida ha sido oscuridad.
Yo, que ya tenía sueño, no quise defraudarlo y me entregué a la pena de aquel hombre. Esperando que todo terminara pronto, acepté la vela que puso en mis manos.
—Enciéndela, aléjala detrás de mí para que la sombra se recorra un poco de nosotros.
Lo hice y tal como él lo aseguró, la oscuridad cedió a la luz y se trasladó a un par de metros de la vela. Me alcanzó algunas velas más y yo las encendí haciendo un círculo alrededor para permanecer un rato en la luz.
Sin piedad le dije: —tengo sueño- y contestó: – nomás no me olvides-
A lo que yo, semidormido, conteste: -No-