martes, 4 de octubre de 2005

NÁUFRAGO

NÁUFRAGO


Sus labios secos partidos, el agua filtrándose entre las grietas, su espalda ya húmeda, igual que parte del cabello, su brazo derecho sobre los ojos (apartando un resplandor del que no podía escapar), meciéndose, meciéndose, meciéndose…, y otra vez regresó a la ensoñación.
En los últimos dos días no había bebido o comido nada (no tenía qué), además sus ganas de pescar habían sido abatidas por una sensación en la boca del estómago, que suplantaba el hambre. Las alucinaciones de su hija en la alfombra del living dibujando un día de lluvia. Las repetidas pesadillas en las que resbalaba de un edificio y caía. Las gaviotas…, esas gaviotas tan irreales que asomaban siempre cuando la tarde caía, mientras el bote, ¡bendito sea dios! arrojaba sombra por encima él.
Casi sin moverse, acomodó sus ojos para ver el cielo confundirse con el mar.
Como pudo enderezó la espalda sobre un remo, luego abrió la caja de madera de caoba (regalo de bodas de su madre), el único artículo personal que rescató del “Camila” cuando se estrelló con esa piedra, que no tenía porqué estar allí, que no debió estar allí, pero que sin embargo…, al fin tomó algo de su interior.
¿Qué tan cierto era este infierno?
Cerró los ojos un instante. Vencido, regresó a las tres hojas de esa carta de despedida que apretaba entre sus manos:
—…La nena está durmiendo con su abuela y bien sabes que mi enfermedad es una carga… —…lo he pensado hasta el agotamiento, lo mejor es que ella se quede con este recuerdo de su madre (no quiero lastimarla, entiéndelo)… —hizo una pausa, respiró. —…te amo, tal vez parezca egoísta, pero el dolor se me hace insoportable…— entonces finalizó, —…orgullosamente tuya, Sandra —
…………………………………………………………………………………………………………………………….
(El mar le devolvió la vida) el amor…, el dolor…, la orilla…, de pronto todo era una misma cosa.
Despertó en la sala de terapia intensiva.
—Camila, Camila… —logró decir, (aún con sus ojos vendados) —todo estará bien, descansa, ya pasó… —susurró a la niña que con suavidad apoyó la cabellera en sus caricias.