A veces, cuando estoy conciente de que soy fantasma,
me llenan el pecho los sabores de las carcajadas, de tanta gente viva que ronda
por mi calle.
Y afloran, en una gota extraña que brota
de mí, y que sin sentido, como todo lo mío, finge ser una lágrima.
Por eso, la mezcla genética de carne y
dios que mis padres ofrecieron, hoy salta con miedo de la risa al llanto, que
provocas, maldito ego.
Temor, a morir abrazado a mi fracaso, en
el cielo del olvido, sabiendo que ante tí de rodillas, nunca seré liberado y
siempre volverás a dejarme perdido, en el tumulto voraz de algún pueblo vacío.
Te
dedico este instante en que tu vida se evapora y sólo quedan cenizas, egoístas
y banales, de su paso inmerecido por el paraíso.
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