jueves, 4 de septiembre de 2008

ARENA HUMEDA


Hay un niño caminando a mi lado. Sus ojos brillan cuando me mira. Quiere conversar conmigo y yo estoy disfrutando tanto de su compañía como del agua salada que choca en mis piernas. Es una mañana joven. Vamos a las rocas y venimos ¿si? me había preguntado. Y yo había pensado, a donde quieras, mi amor; pero sólo había dicho, si, con un gesto, y arrancábamos. No necesitábamos palabras. Por momentos corre sobre el espejo de agua que forma esa orilla plana, va haciendo agujeros en el agua, me cuenta, pero no puede llegar de un golpe a ver la arena, se inunda antes. Caminamos. Yo veo el mar, el horizonte. En el fondo, junto al cielo, el azul se hace más espeso. Nos encandila todo, todo es brillante, todo mágico. El niño encontró algo en la arena, un poco más adelante. Es un bicho raro. Casi prehistórico. Es un tatú de mar, le digo. Lo pone allí donde la arena está húmeda y se hunde rápidamente huyendo de nosotros, se ayuda con una patitas delanteras que son como palas que le evolucionaron en su frente. El niño no sale de su asombro. Yo lo miro a él y tampoco logro hacerlo.

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